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Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes

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Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes

Aunque esto es un relato de como se hizo la película, nos demuestra que el guion se hizo basado en la realidad, ya que así se desarrollaba la vida en estos campos que vieron nacer a tantos extremeños que después tuvieron que emigrar de sus tierras para amasar pan para otros pueblos. HOY, esas mismas tierras no hay que quitárselas a sus dueños, pero sí darle la oportunidad de trabajarlas a aquellos que lo necesitan y quieren.


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Esta película, que siempre dije que tendría que ser vista por todos los extremeños en particular y no extremeños en general, para que tomen buena nota los trabajadores y los capitalistas, es una historia escrita con sudor y lágrimas, y algún que otro venero de sangre al pie de las encinas, una historia que está para contarla, ya que las historia que no se cuentan tienden a repetirse, no hay que buscar el odio, ni la revancha, porque el odio es la bebida preferida de los malvados, pero sí que tienen que tomar buena nota unos y otros, que el mundo es una balsa de aceite cuando se trata de luchar por la libertad y la igualdad, sin estas dos cosas no hay paz ni tranquilidad, los usureros no tienen cabida en una sociedad que lucha por ser moderna, ¿qué es ser moderna? Luchar por el bienestar de todos sus habitantes, personas que pueden vivir juntos, siendo ricos o pobres, eso del pobre siempre será pobre y el rico siempre será rico, será siempre y cuando al rico no le valgan sus bienes para explotar y humillar al pobre, sino para facilitarle una vida digna…

Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes

En esta película empezó la revolución del necesitado, del campesino humillado, que sabe que tiene que trabajar para comer, pero no necesariamente tiene que trabajar para que con su sudor unos cuantos sean cada día más rico y los otros cada día más pobres, si hay un reparto equitativo el obrero sabe cuál es su lugar, el rico siempre ha querido ser el amo, no solo de su trabajo sino de su dignidad como persona, y eso no hay Dios que lo aguante, por esos las revoluciones empiezan desde abajo, para que no existan revoluciones deben de tenerse en cuenta por parte del rico el espacio que ocupa en la sociedad el pobre, ese que solo quiere trabajo y dentro del trabajo un sueldo digno, ya que sus aspiraciones no van más allá de vivir dignamente él y su familia, cuando esto cale en todos los que más tienen, se dejará de hablar de ricos y pobres, porque ni todos pueden ser ricos ni todos pueden ser pobres, ni de izquierda ni de derecha, porque las personas decentes lo único que quieren es trabajo, paz y dignidad. Extremadura clama por una rebelión de los inocentes
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Sí tienes un tiempo prudencial lee esta historia, empezarás a saber mucho del porqué de las cosas de esta sociedad, donde hay que estar unidos cuando pintan bastos, como tiene que cundir la generosidad cuando pintan oro, quien no crea en este procedimiento no es digno de pertenecer al colectivo, se dice que no todos somos iguales, y es verdad, pero sí que todos debemos de cumplir unos deberes impuestos por el sentido común que es el más común de los sentidos, unidad y libertad.


El Bellotero


“A Paco Rabal le gustaba ir a las tabernas pequeñas, a las tasquinas», recuerda Eulogio Vicho, una de las personas que más trató con Paco Rabal durante los meses que duró el rodaje de Los Santos Inocentes en Alburquerque, hace ahora 33 años. «Los otros actores sólo iban al Tegamar, al bar de la plaza, pero a él le gustaba ir a los bares donde iban los huroneros, los jornaleros más pobres. A El Lunes, El Cuadro o al bar de Comisiones Obreras. La bebida más común allí eran los cuartos de vino, los cogutos, una botella con un corcho y una caña, para la que no necesitabas vaso. Con un par de cuartos te ibas tan contento para casa”, dice Eulogio. “Mira Eulogio», me decía siempre Paco Rabal, «aquí es donde se aprende, esto es la universidad de verdad, la universidad de la vida”.

Alburquerque es un pueblo de la provincia de Badajoz rayano con Portugal. Ahora tiene escasamente 5.500 habitantes pero a finales de los años cincuenta, antes de la inmensa sangría migratoria, la población rondaba los 11.000 vecinos. Su nombre ya lo dice, ‘albus quercus’, encina blanca, estas son tierras de dehesa y cortijo, de encinas corpulentas y jarales bravíos, de jornaleros y señoritos.

Extremadura clama por una rebelión de los inocentes

Retrato de Extremadura

Entre octubre y diciembre de 1983 se rueda una de las películas más taquilleras hasta la fecha del cine español, un relato mítico que ha terminado convirtiéndose no sólo en la representación de la España rural de los años 60, sino en el símbolo más certero de la historia de Extremadura.


Fue justamente por estas dehesas alfombradas de tomillo y cantueso por donde pasó el ángel y se hizo leyenda. Todavía resuenan las escopetas del señorito Iván en la Sierra de San Pedro y Paco el Bajo ejerce allí de secretario, olisqueando las perdices como un perro leal en las batidas de caza: “Ni el perro más fino te haría el servicio de este hombre, Iván”. Y aún, en el cortijo de Zajarrón, Régula sueña para sus hijos, Nieves y Quirce, un futuro distinto a la humillación, la Niña Chica nos sobrecoge con su escalofriante alarido, la Señora Marquesa reparte una moneda a cada campesino para celebrar la comunión del nieto y Azarías se orina las manos para que no se le agrieten. Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes
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“Con Paco Rabal quedó encantado todo el pueblo. Muchas veces se quedaba en el hostal de Cipriano Sánchez, la Pensión Internacional”, recuerda Eulogio. Y Ángel Vadillo, un joven militante por aquellas fechas y hoy alcalde de Alburquerque, remata: “El grupo de actores se iba a dormir a Badajoz pero él se quedaba aquí la mitad de las noches. Cuando se enredaba en los bares había que buscarle refugio”. Paco Rabal había venido por primera vez a la localidad junto a su mujer, Asunción Balaguer, dos meses antes de comenzar el rodaje.

“Una de las cosas que más me gusta de mi profesión es buscar el personaje de alguien real, conocerlo, entrar dentro de su piel y luego actuar ya sin preocuparme ni de cómo me expreso, ni de cómo camino”. En su búsqueda de personas que le ayuden a construir el personaje de Azarías, conocerá a Paco el Vinagre, de Torre de Miguel Sesmero, y a Juan el Barrunta, de Alburquerque. De ellos mimetizará gestos, entonaciones y andares, tomará sus ropas e incluso utilizará una prótesis que imita las encías deshuesadas del primero.
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“Aquí, a pocos kilómetros, tiene usted el hombre que busca, el Barruntas”, cuenta Paco Rabal que le dijo Felipa, una vecina del pueblo. “Salió corriendo y llamó al alcalde, un hombre joven y amabilísimo, del Partido Comunista; al poco tiempo, creo, lo destituyeron. Él nos procuró un voluntarioso taxista, que nos llevó a conocer al famoso Barruntas, allá por un camino de cabras”. Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes

Aquel alcalde del PCE que destituyó el gobernador civil era Juan Viera, que encabezaba por entonces una dura lucha contra los caciques locales, destinada a recuperar los Baldíos, las dehesas comunales, y a garantizar empleo durante todo el mes a los jornaleros en paro. Alburquerque era un municipio enraizado en las luchas obreras que vivía todavía en la efervescencia de la transición, en la inocencia de que el país podía cambiar de base.

Paco Rabal y Barrunta

La conexión de Paco Rabal con Barrunta fue completa. Trabaron una amistad que duraría hasta la muerte del actor. “Me dio su chaqueta, el pantalón, su gorra, su camisa, sus calcetines, sus albarcas, y no me dio los calzoncillos porque no se los pedí”, escribiría Rabal, relatando el primer encuentro con el campesino.


Pero además le traspasaría también la docilidad, la candidez natural que el actor murciano insuflará al personaje de Azarías: “Parecía mentira que de aquel enorme corpachón pudiera emanar tanta ternura y tanta bondad”. Juan Flores Domínguez, el Barrunta, llevaba trabajando en el campo desde los cinco años y allí permaneció hasta su jubilación en el año 2003. Según confesó, la única película que vio en toda su vida fue precisamente Los Santos Inocentes, y por televisión. En el pregón de ferias de Alburquerque, en 1996, el actor daría cuenta de su afinidad: “Barruntas será Barruntas y yo Azarías para siempre. Gracias por haberme dado razones que me sostienen”. Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes

“Los Santos Inocentes fue un milagro”, afirmó años más tarde su hijo, el director de cine Benito Rabal, que también participó en la filmación. Un milagro en el que se condensan la vida secreta de un cortijo y la historia de una tierra oprimida. Una de esas raras ocasiones en las que a una novela extraordinaria le sucede otra no menos extraordinaria película. Las uvas de la ira, El nombre de la rosa, sencillez y verdad, disparos de nieve en medio de la rutina y de la selva publicitaria.
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Pero en la memoria del pueblo no ha quedado sólo Paco Rabal; otros muchos de quienes participaron en el prodigio han dejado su huella. “Terele Pávez era maravillosa. Si daban café o galletas, ella se encargaba de que fuera para todo el mundo”, recuerda Ángel Ortega, un trabajador de la localidad que intervino como auxiliar en las tareas de producción, encargándose de buscar el ganado, los utensilios precisos e incluso los figurantes.
“A Juan Diego parece que se le pegaba el papel de chuleta que hacía”, dice nuestro improvisado crítico de las artes escénicas, recordando la asombrosa interpretación del señorito Iván. “Me ha tocado representar en pantalla a algunos reptiles pero sobre todo pude trabajarlo con una frialdad repugnante en Los Santos Inocentes”, evocaba Juan Diego en una entrevista. Alfredo Landa (Paco el Bajo), Agustín González (Don Pedro), Mary Carrillo (la Señora Marquesa), Maribel Martín (la señorita Myriam), Belén Ballesteros (Nieves), Juan Sánchez (Quirce) o Ágata Lys (Doña Pura), son algunos de los intérpretes que surgen en las conversaciones. Ágata Lys era por entonces uno de los mitos eróticos patrios.

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Un recuerdo muy recurrente en el pueblo es el partido de fútbol que se celebró al final del rodaje entre un equipo de Los Santos Inocentes y el conjunto local. “Ágata Lys hizo el saque de honor y de árbitro se puso a Leandro Visera, el Chepina”, rememora entre divertido y rijoso Ángel Ortega. Lo voluptuoso y lo grotesco amalgamándose, andando de la mano en Alburquerque.
Y Mario Camus, claro está, el discreto director de la maravilla, disponiendo las piezas del hechizo en las brumosas dehesas otoñales, gobernadas por la encina, el árbol sagrado de estas tierras. «Es grotesco que uno presuma de hacer una película. Eres tú y otros ochenta. Qué habría sido de nosotros si no hubiera habido un tío que amaestrara los pájaros y otro que pusiera la luz».
Captar la luz del otoño en Extremadura y adiestrar las milanas… Mario Camus nos rescata del escapismo y del divismo que suelen envolver el mundo del arte, y nos devuelve a la evidencia del origen material de la belleza. Precisamente,

“lo de la milana fue todo un drama, una preocupación gorda”, en palabras de Paco Rabal. El testimonio de Ángel Ortega nos lo confirma: “La milana era un grajo de esos negros. No bajaba del campanario ni a la de tres. Se consiguió que bajara a base de hambre y de golpes”.
Aurelio, que había colaborado con Félix Rodríguez de la Fuente, entrenaba desde pequeñitas a tres grajas, para cuando llegara el momento. “Pero, ya en Alburquerque, rodando, se murieron dos de ellas. Sólo quedaba una; si ésta moría o se negaba a hacer la escena, el problema era grande, se rompía uno de los nudos trascendentales de la película”, evoca Rabal.
Eulogio y Ortega enumeran algunos de los otros granitos de arena invisibles que hicieron posible la obra. La admirable Felipa, Javi el Manguto que hizo de monaguillo, Juan el Cuatrero, que se encargaba de llevar las yeguas y las cabras, el Canija que llevaba el camión, Esteban Santos que pintó las casas del cortijo, Martín Bargón y Gabina, los dueños del bar Tegamar, donde comían caliente los actores. Y otros muchos, que intervinieron como extras: el Forroña, Pío, la señora Olaya, el Pescador…

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Se asienta en su capacidad para contar, de forma sobria y poética, la verdad de la explotación y el sufrimiento del pueblo campesino; en el talento para fundir la historia cercana del país y las esperanzas de emancipación; en la exaltación de la ternura. Pero, también, de forma decisiva, en la fusión de intelectuales y pueblo. Cuando el arte baja del pedestal y se abraza con la gente común se produce el acontecimiento.

El milagro se llama pueblo
Unos debajo y otros arriba, es ley de vida (Señorito Iván)


Los Santos Inocentes es el gran relato sobre la historia reciente de Extremadura. En 1980, un año antes de que Miguel Delibes publicara la novela, el escritor José Saramago escribió Levantados del Suelo, una gran epopeya, hermana en el afán de desvelar los entresijos sobre el latifundio.
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En el inicio de la narración, el autor portugués proclamaba: “ Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue poder decir de este libro cuando lo terminase: ‘Esto es el Alentejo’ ”. Al terminar de ver Los Santos Inocentes puede afirmarse sin temor a errar: “Esto es Extremadura”. En la obra de Delibes no se dice expresamente que los hechos ocurran en la región; la única mención a un pueblo extremeño aparece en boca de Azarías: “¿Autoriza el señorito que dé razón al Mago del Almendral?”, dice el inocente campesino, preocupado por la enfermedad de la milana. Sin embargo, al terminar de ver la cinta nadie tiene la más mínima duda sobre en qué lugar se desenvuelve el drama. A la identificación contribuyen la selección de los espacios de rodaje (Alburquerque, Zafra y Mérida) y los giros verbales que emplean los protagonistas. Extremadura clama por una rebelión de los Inocentes

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